jueves, 20 de febrero de 2014

Trabajo: cuando más es menos



En enero pasado, The New Yorker publicó una nota que analiza el culto al trabajo excesivo entre los llamados "knowledge workers" que trabajan para compañías líderes norteamericanas. La presunción es que la presión de los entornos de alta competitividad, y el vínculo íntimo con la tecnología que caracteriza a este segmento, se traducen muchas veces en dificultades para desenchufarse o respetar el límite entre el tiempo de trabajo y el personal. Cuando ese límite existe, claro.

El artículo incluye los resultados de un estudio que durante 9 años monitoreó los hábitos laborales de jóvenes bancarios de Wall Street. Los resultados mostraron que la gente trabajaba hasta 120 horas por semana. Una considerable porción de este tiempo extra se debía a la disponibilidad ubicua que habían aceptado (conscientemente o no) junto con el derecho a portar un dispositivo móvil.

El New Yorker se pregunta, sin embargo, por la pasividad de los empleadores:

Lo que sorprende es que hace rato que sabemos que trabajar demasiadas horas termina por reducir tanto la productividad como la calidad. Entre los trabajadores industriales, el tiempo extra aumenta la frecuencia de errores y fallas de seguridad. En forma similar, la fatiga y la falta de sueño que afecta a los trabajadores del conocimiento les impide desempeñarse a altos niveles cognitivos. Como [David] Salomon dice, más allá de un cierto punto la gente que trabaja de más se vuelve "menos eficiente y menos efectiva". Y los efectos son acumulativos. Los banqueros que participaron del estudio de Michel comenzaron a desmoronarse al cuarto año de trabajo. Sufrieron depresión, ansiedad y problemas inmunológicos. Sus evaluaciones de desempeño, en tanto, reflejaron un declive en la creatividad y capacidad de juicio.

¿Por qué, sabiendo todo esto, las empresas se muestran reacias a desalentar una práctica que es a todas luces autodestructiva para los empleados y contraria a los propios intereses corporativos? Por supuesto que hay respuestas cortas y cínicas, pero hablamos de entornos privados donde la relación costo-beneficio contempla la necesidad de preservar el talento y esto incluye, cuando menos, mantenerlo con buena salud, cosa que a su vez supone costos considerables.

Si hay más razones que las económicas, habrá que buscar por el lado del comportamiento y de la costumbre. El mito de la relación lineal entre el esfuerzo aplicado y la calidad del resultado no sólo sigue muy arraigado. También es conveniente en un sentido práctico:

Otro factor es que la productividad de los trabajadores del conocimiento suele ser mucho más difícil de cuantificar que la de, por ejemplo, un trabajador de una línea de montaje. (...) El tiempo se convierte en un parámetro de productividad personal muy sencillo de medir, aun cuando no guarde necesariamente relación con lo que se produce.

Y el hábito, por supuesto, es un hueso duro de roer:

De hecho, me cuenta Michel, "los banqueros no trabajan de esta forma porque están obligados por reglas externas. Es todo un sistema cultural". Cita el ejemplo de una firma de consultoría que le exigía al personal no concurrir a la oficina los fines de semana, hasta que se descubrió que los empleados trabajaban en secreto desde sus hogares. En una cultura que venera el trabajo excesivo, la gente internaliza estos horarios disparatados como la norma.

Me parece lógico que en medio de la epidemia de ansiedad y estrés actual algunas empresas empiecen a tomar medidas. Parece ser el caso de Goldman Sachs, que en el último octubre reglamentó que sus empleados no debían trabajar más de 75 horas semanales, o de Merrill Lynch, que espera de sus analistas que se tomen 4 días de fin de semana al mes.

Para una cultura situada en el ojo del huracán, todo límite es un comienzo.

La pregunta del millón es: ¿por qué le escapa el workaholic al tiempo libre? ¿Qué teme descubrir si baja un cambio, si de pronto escucha el silencio?



Via | Freakonomics

sábado, 15 de febrero de 2014

El nacionalismo, según Einstein


"- ¿Se ve usted como judío o como alemán?
- Es muy posible ser ambos... yo me veo como un hombre.
El nacionalismo es una enfermedad infantil. 

Es el sarampión de la humanidad."



Fuente: Saturday Evening Post, "What life means to Einstein", 1929