lunes, 15 de octubre de 2012

Estar sentado: ¿una actividad letal?


Cada vez más sofisticadas y cómodas,
pero ¿son una trampa mortal?

Después de dos semanas enteras en modo crunch, con plazos cortos y enormes cantidades de trabajo, es normal esperar una cierta fatiga mental.

Pero está también la otra fatiga, que es la corporal. En mi caso, pasar largas horas ininterrumpidas sentado frente a la pantalla, plazos de entrega o no, me deja algo más que un dolor de espalda. Es un cansancio profundo, acompañado de debilidad y agotamiento, y tarda varios días en ceder.

El artículo que elijo hoy para destacar apareció el año pasado en la versión digital del New York Times. El autor es un tal James Vlahos, que colabora con columnas para Popular Science y Popular Mechanics. Me pareció uno de los mejores que he leído sobre el tema del sedentarismo porque aborda un concepto básico (el ejercicio es necesario), pero con aristas nuevas y sorprendentes. La contundencia de los estudios del Dr. James Levine me produjo un impacto inmediato porque pude conectar los resultados con observaciones personales a lo largo de los años.

Un poco tangencialmente, pero el artículo también toca el tema siempre intrigante de la auto-percepción. Los resultados del dispositivo que diseñó Levine pueden ser shockeantes, como todo lo que amenaza sacudir nuestra percepción de normalidad. Pero la sobriedad siempre es bienvenida.

Haciendo clic en "Más Información" abajo se muestra una traducción propia del artículo original, de lectura muy recomendada.


Via | The New York Times


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Si no fuera por los sensores adosados a mis muslos y los cables que entraban a la riñonera, la ropa interior mágica del Dr. Levine podría haber pasado por uno de esos shorts negros y ajustados que usan los ciclistas. Mi apariencia era una mezcla de turista europeo y cyborg. Y es que dos veces por segundo, durante las 24 horas del día, los acelerómetros e inclinómetros de la prenda evaluaban cada movimiento que yo hacía, no importa cuán pequeño, ya fuera que estuviese acostado, caminando, parado o sentado.

James Levine es un investigador de la Clínica Mayo que vive en Rochester, Minnesota. Tiene un profundo interés en el estudio de cuánto se mueve (y no se mueve) la gente. Lidera además un creciente campo de investigación que algunos han llamado "estudios sobre inactividad", y que ha puesto en tela de juicio algunas creencias de larga data sobre la salud y la obesidad. Para ayudarme a comprender algunos de los descubrimientos más importantes en el tema, Levine me sugirió que participara en un experimento simulado. En primer lugar, midió mi grasa corporal introduciéndome en una cápsula blanca y de estilo futurista apodada "Bod Pod". Después, una de sus colegas, Shelly McCrady-Spitzer, me cubrió la cabeza con una máscara unida a una capucha para medir el contenido de mis exhalaciones y la efectividad con la que mi cuerpo quemaba calorías. A continuación, me puse la ropa interior mágica y crucé el vestíbulo hasta la cocina del laboratorio para tomar un desayuno, mientras tras bambalinas las calorías eran contabilizadas con minuciosidad.

Una de las debilidades que aquejan a las investigaciones tradicionales sobre actividad y obesidad es que se basan en informes subjetivos: los recuerdos imperfectos que las personas suelen tener acerca de cuánto han comido o cuánto se han ejercitado. Para abordar este problema, en 2005 el Dr. Levine llevó a cabo una serie de estudios en los que los participantes se sometieron a un cableado similar al mío. Durante dos meses comieron dentro del laboratorio y se les pidió que no se ejercitaran. Al no dejar bocadillo o trabajo físico librado al azar, por mínimos que fueran, el Dr. Levine pudo adentrarse en los misterios de un universo metabólico cerrado donde se tabulaba cada caloría ganada o perdida con el consumo de alimentos y el gasto energético de la vida diaria.

La pregunta básica a la que buscaba respuesta Levine había sido planteada por primera vez en 1999, en un estudio de su autoría. Era muy simple: ¿por qué ciertas personas ganan más peso que otras, habiendo consumido la misma cantidad de alimentos? Después de determinar cúanta comida necesitaba cada uno de sus pacientes para mantener su peso actual, comenzó a servirles 1.000 calorías adicionales por día. Como era de esperar, algunas personas comenzaron a acumular kilos... pero otras aumentaron poco o directamente nada.

"Medimos todo, pensando que íbamos a encontrar algún factor metabólico mágico que explicaría por qué ciertas personas no aumentan de peso", explica el Dr. Michael Jensen, un investigador de la Clínica Mayo que colaboró con Levine en el experimento. Pero los resultados no fueron los esperados. Recién seis años más tarde, con la ayuda de los sensores de movimiento, hallaron la respuesta. "La gente que no subía de peso se estaba moviendo más sin saberlo, inconscientemente", afirma el Dr. Jensen. No era que habían comenzado a ejercitarse más, ya que el estudio lo prohibía. Simplemente, los cuerpos de los participantes respondían en forma natural, aumentando la cantidad de movimientos que hacían antes de empezar la dieta hipercalórica: cosas pequeñas como subir las escaleras, ir trotando por el pasillo hacia el expendedor de agua, ocuparse en varias tareas hogareñas o simplemente no estándose quietos en general. En promedio, las personas que aumentaron de peso habían pasado sentadas dos horas más por día que las que no habían subido.

La gente no necesita expertos para darse cuenta de que estar mucho tiempo sentado puede darle un dolor de espalda o hacer crecer el "salvavidas" abdominal. La sabiduría popular, sin embargo, dicta que si uno vigila su dieta y hace ejercicio aeróbico al menos unas pocas veces a la semana, efectivamente logrará compensar todo ese tiempo sedentario. Pero existe un cuerpo creciente de investigaciones que ponen estos principios en duda. Según estos estudios, esa creencia no tendría más sentido que afirmar que uno puede contrarrestar el consumo de un paquete de cigarrillos diario con un poco de jogging. "El ejercicio no es un antídoto perfecto para el estar sentado", señala Marc Hamilton, otro investigador de la inactividad en el Centro de Investigaciones Biomédicas Pennington.

La postura de estar sentado no es en sí mucho peor que cualquier otro tipo de inactividad física diurna, como estar tirado en el sillón mientras miramos la TV. Pero si estamos despiertos y no en movimiento, la mayoría de nosotros estamos sentados. Así funciona su cuerpo cuando está depositado sobre una silla: la actividad eléctrica de los músculos cae ("los músculos se vuelven tan silenciosos como los de un caballo muerto", ilustra Hamilton), lo que lleva a un efecto dominó de consecuencias metabólicas dañinas. La tasa de consumo de calorías se desploma a aproximadamente una por minuto; un tercio de lo que sería si uno estuviera de pie y caminando. Antes de que pase un día, cae la efectividad insulínica y aumenta el
riesgo de desarrollar diabetes Tipo 2. También aumenta el riesgo de obesidad. Las enzimas responsables de descomponer los lípidos y los triglicéridos - o de "aspirar la grasa del torrente sanguíneo", como lo expresa Hamilton - disminuyen, arrastrando en la caída al colesterol bueno (HDL).

El trabajo más reciente de Hamilton examina la velocidad con la que aparecen los perjuicios de la inactividad. Gracias a estudios con ratas que fueron obligadas a permanecer inactivas, por ejemplo, descubrió que los músculos de las piernas que intervienen cuando estamos de pie pierden en forma casi inmediata un 75% de su capacidad de eliminar lipo-proteínas dañinas de la sangre. Para demostrar que los efectos nocivos del estar sentado pueden también sobrevenir rápidamente en los humanos, Hamilton reclutó a 14 voluntarios jóvenes, delgados y en buena forma física. Tras apenas 24 horas de sedentarismo, la insulina de los voluntarios registró una disminución del 40% en su capacidad de absorber glucosa.

A lo largo de una vida, los efectos insalubres del sedentarismo se acumulan. Alpa Patel es un epidemiólogo de la Sociedad Americana contra el Cáncer que entre 1992 y 2006 hizo un seguimiento de la salud de 123.000 estadounidenses. Entre los hombres que participaron del estudio, aquellos que pasaban 6 o más horas por día de su tiempo libre sentados mostraron una tasa de mortalidad 20% mayor que la de aquellos que registraban 3 horas. En el caso de las mujeres, la cifra alcanzó el 40%. Patel estima que, en promedio, la gente que pasa demasiado tiempo sentada pierde automáticamente unos años de vida.

Según otro estudio que se realizó sobre los hábitos de casi 9.000 australianos y que fue publicado en 2010, cada hora adicional de televisión que se mire a diario en posición sentada aumenta el riesgo de muerte en un 11%. El autor de la investigación, David Dunstan, buscaba analizar si la gente que se sentaba a mirar televisión no tendría otros hábitos poco saludables que justificaran la muerte prematura. Pero después de procesar los números, su conclusión fue que "la edad, el sexo, la educación, el tabaquismo, la hipertensión, la circunferencia de la cintura, el índice de masa corporal (IMC), la tolerancia a la glucosa y el ejercicio durante el ocio no representaron factores que modificaran significativamente la asociación entre mirar la televisión y la mortalidad por toda causa".

Parecería que el hecho de estar sentado es una patología independiente. Permanecer sedentario nueve horas al día en la oficina es malo para su salud, ya sea que vuelva a casa a mirar televisión o sude en el gimnasio. Es malo en sí, sin importar si usted sufre obesidad mórbida o es delgado como un maratonista. "Estar sentado por un tiempo excesivo", dice el Dr. Levine, "es una actividad letal".

Pero hay buenas noticias, ya que el peligro de la inactividad puede ser contrarrestado. Eran las 3 AM de una noche de trabajo cuando el Dr. Levine acuñó un nombre para describir los enormes beneficios de los miles de pequeños movimientos que hacemos todos los días: NEAT, que es el acrónimo de "Non-Exercise Activity Thermogenesis" (Termogénesis por actividad sin ejercicio). En el mundo de NEAT, hasta las cosas más ínfimas son importantes. McCrady-Spitzer me mostró un gráfico lleno de líneas zigzagueantes que ilustraba la evolución de mi tasa de consumo calórico, como un sismógrafo. Algunos picos en el gráfico indicaban momentos en los que mi consumo se había disparado. "¿Qué es eso?", pregunté, señalando uno de ellos. "En ese momento te agachaste a atarte el cordón de los zapatos", me respondió. "En ese acto, tu cuerpo consumió más energía que simplemente estando sentado".

En otro estudio en el que utilizó el seguimiento de movimientos con pacientes obesos, el Dr. Levine descubrió que sólo registraban unos 1.500 movimientos diarios, y en contrapartida pasaban casi 600 minutos de tiempo sentados. Mi propia prueba con la ropa interior mágica resultó un poco mejor: 2.234 movimientos individuales y 367 minutos sentado. Pero ni me acercaba a los granjeros jamaiquinos que, según el Dr. Levine, promediaron 5.000 movimientos diarios y sólo 300 minutos de sedentarismo.

El Dr. Levine sabe que no todos podemos dedicarnos al cultivo de la tierra, de modo que está explorando formas en que la gente pueda rediseñar sus entornos para estimular un mayor movimiento. Tuvimos la oportunidad de visitar un aula de primer grado muy particular, sin una sola silla, en la que los niños pasan una parte de cada día gateando sobre alfombras con letras de vocabulario o saltando entre plataformas mientras recitan problemas matemáticos. También nos detuvimos en una agencia de recursos humanos donde muchos de los empleados trabajaban en escritorios con cinta de correr incorporada: una creación del Dr. Levine, comercializada por una compañía llamada Steelcase.

Al dejar atrás la agencia, el Dr. Levine parecía estar de un humor filosófico. Me admitió que su cruzada contra lo que él llama "el estilo de vida de la silla", a pesar de la ciencia dura que la respalda, no se limita a una mera búsqueda de una mejor salud física. La suya es una guerra contra la inercia misma, que -cree él- suele enfermar algo más que el cuerpo. "Haz un viaje a esa tierra de cubículos que es el entorno corporativo medio, rígidamente controlado, e inmediatamente sentirás una sensación de malestar que rodea a esto de estar atado a una pantalla de computadora todo el día", comenta. "Un malestar que socava el alma de la nación, y es hora de que el alma de la nación se eleve".


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